martes, 2 de enero de 2018

La cerredura


El mounstro entro. Se acerco hacia nosotros, el ruido de sus zapatos retumbaba en nuestros oídos, su rostro adusto y su cuerpo erguido. El la agarro a ella, la sujetó del pelo y la tiro al piso, desde allí la arrastro hasta la habitación de al lado. Sus gritos se escuchaban en toda la casa.
Solo me acerque y mire por la cerradura, el mounstro estaba arriba de ella. Esta última luchaba para escaparse, mientras sus prendas se rompían y se caían al suelo.

Ella me estaba atando las zapatillas, Camila. Camilita como me gustaba decirle a mí, ella es mi hermana mayor. De chiquitito le decía Camilita y nunca deje de decírselo, a pesar de que sea más grande, siempre va a ser mi hermanita.
Con los cordones bien atados me baje de la cama, Camilita me esperaba con los brazos abiertos. Solo nos quedaba comenzar a jugar. Todas nuestras tardes la pasábamos jugando, solo nosotros dos, solos en nuestra habitación. Nuestra rutina la conocíamos de memoria, primero jugábamos a las escondidas, después jugábamos con los muñecos, después saltábamos en la cama y por último me leía un cuento.
Luego de haber hecho el sorteo, Camilita comenzó a contar. Al escuchar el primer número fui corriendo a esconderme. Con sus ojos tapados dijo: -Ahí voy. Me había escondido a dentro del placard, lugar que estaba prohibido. Si había o si existía un libro de reglas, estaría totalmente prohibido esconderse en el placard. Camilita me había explicado varias veces, los problemas que implicaba esconderse allí. Pero no le hice caso. Sabía que siempre debía hacerle caso, pero esta vez quería hacer una pequeña travesura, cualquier nene de ocho años me entendería.
Comenzó a buscarme por toda la habitación, busco en los escondites que siempre usaba, pero no me encontraba. Había abierto un poco la puerta del placard para ver, la sonrisa todavía estaba en su rostro, estaba concentrada buscándome, yo solo la observaba.
Pasaron diez minutos y la sonrisa se había borrado, comenzó a gritar mi nombre desesperadamente, esperé unos segundos y luego salí del placard con una gran sonrisa. Camilita se enojó mucho y me pego una cachetada en la cara. Me recrimino que me haya escondido allí, me comento lo mucho que se enojó y me recordó que estaba totalmente prohibido, esconderse en el placard. Recito todas las consecuencias que traía esconderse en el placard y concluyo con una advertencia: -No lo vuelvas hacer o vas a ver.
Llego el momento de jugar con los muñecos, ella tenía una muñeca de tela bastante destruida, yo tenía un par de soldaditos lo cuales los cuidaba y los atesoraba mucho. Siempre jugábamos que los soldados enfrentaban a los mounstros y salvaban al mundo. Ella era nuestra mamá que nos esperaba en la casa, con la comida preparada. Después de "salvar al mundo" guardábamos los muñecos y cada uno, se sentaba en su cama. Después de contar hasta tres comenzábamos a saltar y a saltar. Los dos nos miramos y comenzamos la cuenta regresiva con nuestros dedos, cuando el ultimo dedo subía, instantáneamente comenzábamos a saltar sin parar. Mientras nos elevábamos hacíamos muecas con nuestras caras. Ella aterrizo primero en la cama y comenzó a reírse, yo seguía saltando, era algo que me gustaba mucho.
Los ruidos de sus zapatos comenzaron a escucharse, era un sonido que no podíamos olvidar, ni confundirnos. Era ese ruido que nos producía miedo, escalofríos y representaba nuestras peores pesadillas.
Camilita me pidió que bajara despacio y que no haga ningún tipo de ruido. Los dos nos acostamos en la cama y en silencio nos tomamos de la mano. El sonido de sus zapatos se fue alejando de la puerta, el mounstro se estaba yendo. Eso nos hacía entender que nos quedaba poco tiempo, solo unos minutos para seguir jugando.
Yo me quede en la cama y Camilita fue a buscar un libro, mi libro favorito. Caperucita roja. Me encantaba esta historia.
-La niña caminaba tranquilamente por el bosque, cuando el lobo la vio y se acercó a ella –leyó Camilita.
El mounstro entro. Se acerco hacia nosotros, el ruido de sus zapatos retumbaba en nuestros oídos, su rostro adusto y su cuerpo erguido. El la agarro a ella, la sujetó del pelo y la tiro al piso, desde allí la arrastro hasta la habitación de al lado. Sus gritos se escuchaban en toda la casa.
Solo me acerque y mire por la cerradura, el mounstro estaba arriba de ella. Esta última luchaba para escaparse, mientras sus prendas se rompían y se caían al suelo.

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